Aportacion de: Ben Ayala
Recuerdos
llegan a mi memoria de mis oportunidades de estar en un escenario para hablar
en una conferencia a mis colegas bancarios, mis palabras en el
micrófono resonaban en toda la sala.
Me estremezco al escuchar en mis memorias
el eco de mis palabras, aún recuerdo que a veces tenía que modular mi voz e
intentar ignorar el eco cada vez que pronunciaba una frase.
***
*
¡Imaginen
cómo sería escuchar la repetición de cada una de nuestras palabras! Tal vez, si
dijéramos «te amo», «me equivoqué», «gracias, Señor» o «estoy orando por ti»,
no estaría tan mal, pero no todas nuestras palabras son agradables o bondadosas.
¿Qué piensas de los arrebatos de ira o los comentarios degradantes que nadie
quiere escuchar una vez (y mucho menos dos)… "esas palabras" que preferiríamos no
haber dicho?
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Como el
salmista David, anhelamos que el Señor controle lo que decimos. Su oración era:
«Toma control de lo que digo, oh Señor, y guarda mis labios» (Salmo 141:3).
Lo bueno es que Dios desea lo mismo,
y puede guardar nuestros labios
y
ayudarnos a controlar nuestra lengua.
A medida
que aprendemos a ajustar nuestro sistema de sonido, prestando atención a lo que
decimos y pidiéndole al Señor las palabras correctas, Él nos enseña con
paciencia y nos da dominio propio. Y, lo mejor de todo, nos perdona cuando
fallamos y le agrada que busquemos su ayuda.
Oremos:
"Señor, no
quiero ser imprudente.
Ayúdame a cuidar mis palabras, Amen"
~~~
Parte del
dominio propio es controlar la boca.
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Hermando Ben Ayala |
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